FEGATUR. ENTREVISTA A SOLEDAD FELLOZA

18 Noviembre 2022

“SOY ARTISTA, MEZCLA DE UNA Y OTRA ORILLA DEL ATLÁNTICO”

 

Soledad Felloza, actriz, contadora de historias, fotógrafa, escritora y dramaturga. Así, por este orden, comienza la descripción de su propio perfil una malabarista de los oficios capaz de bailarlos todos con el zueco de un solo pie.

Esta polifacética e incansable creadora charrúa gallega-gallega charrúa, con saudades de ida y vuelta y un gallego más gallego que el de muchos gallegos, también es directora del Festival Internacional de Narración Oral Atlántica, docente y articulista. La mujer de color canela, a la que un gallego y Galicia enamoraron de vez, es, además, laureada autora de literatura infantil y ha mostrado sus artes por escenarios de la península ibérica y de más de medio mundo.

Nació en la ribera del río de los pájaros pintados, que lleva nombre de un país y riega a dos más, Argentina y Brasil. Tal vez por eso, navegar hacia un cuarto, conquistarlo y ser conquistada por los andares, sentires y hablares, solo puede conseguirse cuando las cuencas de los ojos son tan grandes como para abrazar ríos y mares. Vino a Galicia para hacer lo que mejor sabe, vivir del cuento, pero trajo de regalo una exuberante sonrisa, memoria de los amplios bosques charrúas; y un caleidoscopio: ella misma dando colores diferentes a un mismo sentir.

Desde la Federación Galega de Turismo Rural, conversamos con Sole, después de habernos descubierto la memoria de las mujeres frente a las cocinas de hierro, con sus cuentos para adultos Al Pie del Hogar, en el ciclo de la I Edición de Abiertas de Par en Par. Queremos saber un poquito más de esta autora, inquieta y curiosa, que, de mayor, solo aspira a tener la casa llena de amigos y amigas de todas las edades, para conversar, crear, contar, cocinar y compartir.

Naciste en la ribera del río Uruguay, ¿cuál es el nombre de esa ribera?

-Paysandú, que en lengua guaraní -I-pao-sandu- significa algo así como “el paso del río Uruguay” y en voz lírica, “lo que duerme en el paso del río Uruguay”, el río de los pájaros pintados. Al nacer en un sitio con esos nombres, tienes todas las posibilidades de ser poeta, artista o algo por el estilo. 

Entonces, ¿Paysandú cuenta historias?

-Sí, sí, cuenta, cuenta historias. Es una ciudad pequeña, ciento y poco mil habitantes, pero con una historia muy potente. De hecho, se conoce como la heroica, porque es una ciudad que luchó, y mucho, contra las invasiones portuguesas y brasileñas, también punto de encuentro de las batallas entre España y Portugal, fue asediada varias veces y siempre resistió. Por eso es considerada la ciudad heroica de Uruguay. Tiene muchas más historias, pero esa es la que va por delante.

Y cuanto cuenta Paysandú en la memoria de Soledad Felloza?

-Bastante. El hecho de haberme criado en una familia muy grande, de muchísimas tías, primos, una abuela omnipresente, con mucha fuerza, muy de enseñarte las cosas de la vida a través de las historias, pues eso siempre aparece en mí de alguna manera. Y después, esa condición muy marcada, tanto de Paysandú como de Uruguay todo, de tener una mirada hacia lo social, lo que significa la identidad, algo inherente a la gente de mi tierra.

Así pues, en Paysandú, ¿tú de quien vienes siendo?

-Pues vengo siendo la hija de un señor muy negro, muy negro, muy negro, que nació de una señora muy blanca, muy blanca, muy blanca, que estaba casada con un señor muy blanco, muy blanco, muy blanco. Y a partir de ahí, la historia se complicó mucho porque así llegaron a mi vida una serie de abuelas y abuelos indígenas, portugueses, africanos, italianos, y vascos, que acabaron en esto que soy yo. Me crie con todas esas personas que marcaron, y mucho, mi manera de ser. Pero también soy una mujer que le gusta lo que cuenta el lugar donde habita, el lugar donde tiene el corazón y la vida. Soy uruguaya pero estoy perdidamente enamorada de Galicia, de su gente, de su lengua... Como dice Eduardo Galeano, las personas somos como árboles: donde nacemos tenemos las raíces y de ellas nos alimentamos, pero, al crecer, nos alimentamos también de las ramas y las hojas donde brotamos. O sea que soy una mezcla de una y otra orilla del Atlántico. 

Eso de que cuando naciste, según tu madre, el mundo enloqueció, ¿se lo contaste tú a alguien o ya forma parte del cuento?

-(Sorpresa y risa breve). Eso viene de que, cuando yo nací comenzaban los viajes a la luna, y mi madre estaba convencida de que eso era sinónimo de que empezaba el fin del mundo; y si por encima yo era concebida en ese momento, la cosa no iba a ir muy bien. Además, toda mi infancia y parte de la adolescencia habían sido años muy convulsos, entre dictaduras, tanto la de Uruguay como la de Argentina. Entonces, para mi madre, que había nacido en el campo, en una aldea muy pequeña, aquello era como el fin de todo. Y luego hay otro tema que me remarcaba mi madre: si algún día sales en los periódicos, que sea por algo decente (entre risas). Y eso tenía que ver con el tema de la negritud.

Yo me enteré que no era negra cuando fui a Cuba, porque allí mis profesoras me decían: “pero mi hija, sí usted apenas eres café con leche”... En cambio, en el Uruguay, había un índice bastante importante de población negra e indígena de las que se renegaba en mi niñez. De hecho, en Uruguay, llegó a haber un exterminio sistematizado de la población indígena. Y en el caso de la población negra había una frase que era, “negro gente”. Como si eras negro no llegabas a la categoría de gente, cuando había un negro o una negra que tenía formación, ascendía a la categoría de “negro gente”, porque los negros solo salían en la prensa por cosas vinculadas a la delincuencia o a los robos. Ahora se mejoró mucho con respecto a este tema. A pesar de que haya un sector minoritario en el que perdure el racismo, las actitudes desde el estado, la educación y las instituciones, son absolutamente diferentes a los tiempos de mi infancia y adolescencia.

¿Sientes algún tipo de discriminación en Galicia debido al color de tu piel?

-Yo concretamente, no. Al contrario. Cuando estaba en el sur de España, sí que lo notaba y mucho, en el transporte y en los espacios públicos. Aquí siempre encontré otra actitud de cara a los que veníamos de fuera, supongo que por el hecho de que el gallego había emigrado tanto al otro lado del Atlántico.

¿Cuándo y porqué decidiste venir a contar historias a Galicia?

-Hace veinte años. En aquel tiempo estaba trabajando en una compañía de teatro, en el sur de España. Al llegar el verano iba a pasarlo en Alicante, pero dos grandes amigos mis gallegos, Paula Carballeira y Quico Cadaval, me advirtieron que iba a morir de calor allí, que mejor me viniera para Galicia. Les hice caso, pasé el verano y conocí a quien es actualmente mi marido. Al juntar nuestros caminos en Galicia y siendo él gallego, tuve claro que iba a hablar en gallego y a seguir mi carrera aquí en Galicia.

Así que, te has quedado por amor. ¿Te enamoraste o te enamoraron?

-(Sorprendida. Sonríe). Ahora que lo dices, es un matiz importante. Me enamoraron, me enamoraron. ¡Je, je! Me enamoró él, pero también me enamoró este país, la gente, las costumbres, la tradición... Me enamoró todo. De hecho, ahora ya no lo digo, pero unos años atrás decía: igual puedo cambiar de marido, pero de Galicia ya no marcho. Además, como me decían los vecinos en la aldea, ya plantaste una higuera, ahora vas a morir aquí.

Dinos, entonces, un almuerzo gallego con el que enamorar en Uruguay, y una cena uruguaya con la que enamorar en Galicia.

-Tenemos una gran cosa en común que es la carne: el churrasco. Este almuerzo funciona allí y aquí. Cierto que hay diferencias en el corte del producto, pero arrasaríamos en los dos sitios. Ahora, una cosa bien sencilla de Uruguay que va muy bien en una cena, son las tortas fritas. Ese pan que se hace rápido de harina y agua, que sirve para acompañar todo. Y si de aquí tuviera que llevar algo que allá enamorara, sería un cocido. 

Eres actriz, contadora de historias, fotógrafa, escritora, dramaturga, docente, articulista, directora de un festival, todo esto fue para compensar las veinte hermanas de tu madre que tú no tuviste, ¿o es para resarcirte del significado de tu nombre?

 

 

-(Risa). La verdad es que soy una mujer con muchas inquietudes y muy curiosa.... De todas formas, esas cosas que mencionaste, son, sencillamente, diferentes maneras de contar: a través del teatro, de los cuentos, con la cámara, con la escritura. Pero sí es cierto que a todo el mundo le sorprende, a mí la primera, siempre rodeada de muchísima gente, algo que disfruto enormemente, que me llena. 

Pero, ¿de dónde saca tiempo una mujer en el siglo XXI para dar hecho todo eso y poder contarlo?

-(Carcajada breve). Duermo poco (risa). Tampoco se superponen todas las cosas. Va por etapas. Por ejemplo, en la fotografía, este mes tengo el calendario del románico: voy a las casas a preguntar por las llaves de las iglesias, hablo con la gente, eso en Galicia finaliza en una cocina, y como mientras cocinamos a fuego lento contamos historias, entonces, estás fotografiando, pero la vez, oyendo cuentos, de los que en algún momento saldrán historias y alguna merecerá ser escrita, o convertida en un artículo, o llevada a una obra de teatro... Por lo tanto, lo que hago es dejarme guiar por lo que voy encontrando en el camino. Cada cosa me inspira; y lo que no me inspira en el momento, voy  esperando a que brote. No me estreso. Además, es marca de la casa, porque mi marido es como yo: de diez mil inquietudes. Se juntó el hambre con las ganas de comer. 

Y aun por encima, te da tiempo a amasar y a cocer.

-(Risa). Hay que decir que eso tiene truco. Cuando necesito analizar libretos, cojo harina, empiece a amasar y memorizo los libretos en nada. Entonces, para mí, la cocina es casi como algo terapéutico, primitivo. El hecho de cocinar, de cocer, de hacer el pan... es dar a los demás algo que haces con las manos. Cuando a veces l@s alumn@s me preguntan cómo memorizar textos, les digo: ponte a hacer algo con las manos y la cabeza funciona sola.

Pues ahora, en vez de preguntarte por tu próximo proyecto, lo que me pide el cuerpo es saber que quieres ser de mayor.

-(Carcajada). Pues, de mayor, quiero ser una mujer que tenga más paciencia, una persona con la casa siempre llena de amigos y amigas, de todas las edades, que sientan que allí están a gusto, que pueden tener un lugar donde conversar, crear, contar, cocinar y compartir.

Pues antes de llegar a ese estado, dinos una expresión popular uruguaya que te defina.

-Uf!... (Carcajada grande, entre micro espacios, como para hacer tiempo). Creo que, una expresión que hay en el Uruguay: maracanazo. Aquello que pasó en el año 1950, cuando Uruguay ganó el mundial de Brasil, contra todo pronóstico. El mundo estaba preparado para que Brasil fuera campeón, y llega un equipo pequeño, humilde, casi sin recursos, y gana... A lo largo de mi vida percibo la sensación de que he ido haciendo cómo pequeños maracanazos, derribando porterías, metiendo goles cuando nadie los esperaba... Y, como hicieron los uruguayos de aquella, sin salir a festejar mucho, sencillamente regresando a casa para seguir trabajando y viviendo.

Entre tantos campos que labras, ¿hay referencias en ellos de creadores que te hayan marcado?

-Sí. Sí, sí. Evidentemente. De Uruguay, Eduardo Galeano. Ha sido un escritor que me marcó muchísimo. Y de Galicia, Emilia Pardo Bazán, y Cunqueiro fueron fundamentales en lo que tiene que ver con la mirada literaria sobre el mundo. Entre lo que atañe a las cosas pequeñas de la vida misma, están las mujeres de mi familia y las mujeres que voy encontrando en Galicia, al pie de los hogares. Creo que la memoria universal es una tela gigante y cada uno de nosotros es un hilo de esa tela. Si falta uno de esos hilos, la tela tiene un agujerito. En mi trabajo lo que intento es coger la mayor cantidad de esos hilos.

Y a día de hoy, ¿a qué artistas sigues?

-(Rotunda, casi sin dejar finalizar la pregunta). Quico Cadaval. Sí. Quico Cadaval es el gran referente, un hombre ilustrado, un hombre brillante, pero, a la vez, con una sensibilidad y una manera de contar, desde lo próximo, desde lo pequeño, que es absolutamente maravillosa. Para mí es una gran inspiración este hombre.

¿Como ves, en general, el presente del panorama artístico gallego en el que te encuadras?

-Por un lado con mucha fuerza y por otro con una preocupación, que sucede en todo orden de la vida, la del relevo generacional. Estoy muy interesada, y desde el festival es un tema que promovemos mucho, en las nuevas narrativas. La oralidad tiene diferentes manifestaciones, maneras y estilos. Entonces, así como en el primer momento alguien me abrió la puerta a mí, pues intento, desde el Festival Internacional de Narración Atlántica, que estén las voces consolidadas, pero también toda la gente nueva que tiene inquietudes, maneras distintas de contar, que experimenta... Estoy convencida que allí es donde este hilo de memoria y de historia va a continuar.

Ahora mismo, pues, ¿se puede vivir del cuento contando en gallego?

-(Rotunda y sin pensar). Sí. Sí, sí, sí, sí, sí. Sí que se puede. No estoy diciendo que sea un ¡buah!, pero sí que se puede. Reconozco que es más difícil si contamos solo para adultos. De hecho, una de las cosas que más valoré del ciclo de Abertas de Par en Par fue que habían sido espectáculos concebidos en la mayoría para adultos, porque hay muchísimo trabajo dedicado a niños y niñas, un poco menos a adolescentes, pero para adultos ya estaba bajando un poco antes de la pandemia y la pandemia cerró muchísimos espacios. Por eso ahora es el momento de sachar, volviendo a abrir escenarios, tanto los cercanos como los teatros. Soy de las que promuevo que se vuelva a contar, que cuente todo el mundo, los profesionales y la gente, porque quien cuenta escucha.

Para promocionar eso, entonces, ¿está teniendo el cuento gallego suficiente eco en los medios de comunicación, tanto gallegos como del resto del estado?

-A ver... ¡Um!... En general, hay de todo... Después también acontece que la cultura gallega es riquísima y hay muchas cosas para cubrir, pero en Galicia, en particular, la narración oral tiene un cariño especial por parte de los medios, un respeto y una valoración. Tal vez lo que más falta nos hace son los circuitos profesionales. Lo que sucedió en Abiertas de Par en Par, de alguna manera, fue crear un nuevo circuito. Y eso es magnífico. Remitiéndome a mi experiencia directa en el Festival Atlántica he de decir que los medios nos apoyan mucho. Una vez le pregunté a una periodista, precisamente, ¿porque iban a cubrir un Festival oral?, y ella respondió que porque siempre teníamos una buena historia que contar. Y concuerdo. Lo que se necesita son buenas historias. En este tiempo de tantas imágenes, las historias bien creadas, narradas, enhebradas y rescatadas, siempre tienen cabida. Porque uno de los grandes peligros que veo, hoy en día, es la repetición de contenido. Todo el mundo quiere hacerse viral; y al final reducimos el contenido, porque si todos compartimos lo mismo, acabamos hablando solo de un tema. En esa cantidad ingente de repeticiones desaparecen cosas pequeñas, auténticas maravillas que andan por ahí escondidas.

Luego, en tu repertorio, ¿hay alguna historia que no dejarás de contar jamás?

-Sí. Sí que hay historias que, a veces, aún me digo a mí misma: para, para ya. Incluso hay historias que la gente me pide. También es verdad que con el tiempo te enteras que estás contando el mismo tema desde diferentes lugares, como si fuera un caleidoscopio: estás dando colores diferentes a un mismo sentir.

Y en el aspecto vital, ¿qué es lo que te hace levantar cada mañana?

-(Suspira). Pues mira: Manuel. Sí. Es Manuel, sí. Es mi marido: comprometido con la cultura y el patrimonio, que tiene un sueño y lucha cada día por conseguirlo. Tener una persona así en tu vida, inspira y complementa. ¡Y hace que te muevas!

 

 

Si él te hace levantar a ti, ¿para qué pueden servir los cuentos, actualmente, en el abandonado rural gallego?

-¡Buf! A ver... Soy de las que creo que, para fijar población en el rural, se precisan servicios: educación, sanidad, transporte..., pero también ocio, actividad cultural. Cuando sabes que en un entorno rural en el que vives tienes esas cosas, pues se convierte en un lugar mejor para vivir. Además, los cuentos están entre nosotros desde el principio de los tiempos: esa cosa familiar que sucedía alrededor del fuego. Pero tan importante es para el rural escucharnos a nosotros, como para nosotros escuchar a la gente del rural. Se dice, y no es un error, que una persona mayor es una biblioteca con pies. Por lo tanto escuchar, registrar y luego contar, es todo un sinónimo de conocimiento: una guía de ida y vuelta. Y eso es dar más valor del que ya tiene el rural, es mucho más que aldeas. Es un universo muy rico.

En ese sentido, ¿qué te parece esta iniciativa de Abiertas de Par en Par que pretende llevar la música y la palabra en directo al rural gallego?

-Me parece fantástica, porque es volver a donde yo te decía: a donde en algún momento, mientras se cocinaba a fuego lento, se contaban historias. Una de las cosas más bonitas que viví, por las casas de turismo rural, fue la conversación posterior. En ese rato de los pinchos que, en el concepto gallego, son dos ollas de callos y dan para mucha conversación. Ahí, de repente, remueves en la memoria de las gentes del lugar y les salen cosas que ni se enteraban que las tenían ya. El personal me decía que se había emocionado, que había reído mucho, pero la que salió premiada fui yo, porque lo que llevaba después de cada sesión en cada casa era maravilloso. Aparte, esa cosa de que se habían juntado los huéspedes de la casa con el público que vino del lugar, de una manera totalmente integrada, estuvo redonda. Para mí fueron casas abiertas de par en par, pero también corazones abiertos de par en par, porque se recibe mucho. Y es algo en lo que coincidimos el resto de l@s compañer@s de reparto con los que hablé al respeto.

Doy por hecho, luego, que conoces a Óscar Fernández e Manu Fraguela,Fernando Barroso, Pablo Carpintero e Rosa Sánchez,  Sofía Espiñeira, Dúo ConcertArt, German Díaz, Mercedes Prieto y Sergio Cobos, Charo Pita y Manuel Vilas.

-Sí, sí. Prácticamente a la mayoría. Con algunos tenía relación anterior y por otros ya sentía profunda admiración.

Por causalidad, ¿eres huésped habitual del turismo rural gallego?

-Sí, por mi trabajo. Porque como ando mucho en el monte, por la fotografía, porque hago senderismo y soy una loca de las setas, pues sí. De hecho, varias de las casas que estaban dentro del ciclo ya las conocía como huésped.     

Y, ¿qué es lo que más valoras cuando llegas a una casa de turismo rural?

-La parte humana. El contacto, que no sea impersonal. El cuidado, los detalles, el hecho de que una persona en directo cocine para ti y te sirva con afecto. Me gusta la identidad: llegar a una casa y encontrar fotos de los ancestros, objetos... Me importa más la vinculación que pueda tener la gente de la casa con quien llega y con su entorno que la última generación de aire acondicionado. Me siento más cómoda, con más calidez.

Consideremos sintetizar las disciplinas a las que te dedicas profesionalmente, en la que sería la imprescindible para desarrollar las demás: la cocina. ¿Con que alimentarías a la gente que está viniendo a la vida para que puedan contar un mundo mejor?

-(Pausa larga, exclamación y carcajada). Pues mira, yo..., tengo huerta, soy una loca de la huerta. Y al ser dos en casa, como planto sin criterio, pues siempre tengo mucha huerta para compartir; y de todas las cosas que comparto, creo que, lo que más, es el tomate. Me explico: es un alimento brillante, diferente, especial, donde lo pones, siempre está en fiesta, crudo o cocido. Espesa una salsa, alegra un pescado, una carne, con azúcar se convierte en mermelada. Pero también, si estás mal, puedes comer un tomate y no pasa nada. Y alguien me podría decir, sí, pero falta más alimento. Vale, pero también sacia la sed; y sabemos muy bien que si tenemos sed, mala cosa. Entonces, mira, pan y tomate y tiramos para delante. 

Que así sea Sole!

Muchas gracias por compartir tus historias con nosotros.