FEGATUR. ENTREVISTA A PABLO CARPINTERO

09 Diciembre 2022

“LA CULTURA MATERIAL ES FRUTO DE LA INMATERIAL”

 

Pablo Carpintero, músico, investigador y artesano gallego, visto de perfil con una gaita das cantigas entre brazos, parece un duende juguetón cabalgando tieso sobre bordones más grandes que su pecho, soplando en trance para rescatar notas prescritas y digitar técnicas olvidadas.

Apasionado y vitalista, el doctor en Ciencias por la Universidad de Santiago y diplomado de Estudios Avanzados en Historia de la Música, gasta más retranca que la propia Galicia, y ríe mucho. Tiene un tipo de risa, prácticamente, para cada frase que construye. Sus carcajadas conforman una escala musical propia y las reparte entre las sentencias, como toca y hace las gaitas, así, de por sí, porque, según él, esas cosas vienen con uno.

Aunque de carácter apacible y plácida puesta en escena, con Pablo todo es intenso y está en constante movimiento desde hace 53 años. Lo de él es trabajar y construir: instrumentos tradicionales del noroeste peninsular, instrumentos medievales, instrumentos infantiles, grupos musicales, libros, asociaciones, talleres, o cualquier iniciativa cultural a favor del Patrimonio Cultural Inmaterial de Galicia que defiende y reivindica.       

El mago capaz de hacer todo esto e incluso saber los años que tiene una gaita, esconde un secreto: el hada sin la que no puede vivir, Rosa Sánchez: percusionista, cantadora tradicional y bailadora. Juntos pasaron 30 años recogiendo 900 horas de memoria musical tradicional del noroeste Ibérico. Memoria que, con altruismo, cedieron al Museo do Pobo Galego y, además, comparten con generosidad desde su portal web: “porque lo que grabas no es tuyo, es del pueblo”-dicen-.

Desde la Federación Galega de Turismo Rural,  conversamos con Pablo Carpintero, rostro popular, durante años, del programa Luar de la TVG, a quién le gusta la difusión pública del patrimonio ancestral. Queremos saber un poquito más de este polifacético artista que, con su concierto didáctico Música y Evolución, recorrió -a la vez que Rosa Sánchez- las casas de turismo rural de Abiertas de Par en Par donde actuaron. En cada recital al atardecer pusieron en valor el acervo cultural musical que atesora nuestra especie, interpretando 43 instrumentos musicales diferentes, de los más de 160 documentados en Galicia.

Pablo, ¿Castro de Carballedo canta?

-No. En Castro está todo olvidado (ríe con sorna). Allí el único que toca soy yo (carcajada irónica). Pero ya cuando era niño no se cantaba. Solo sabemos, apenas, de algunos cantos de reyes. Por aquella mi zona, quien mantuvo la tradición de los gaiteros fue la agrupación Os Barrios de Chantada, principalmente.

Aun así, ¿cuánto cantó Castro en la vida de Pablo Carpintero?

-Hombre... Castro es el sitio donde viví de niño y eso siempre te marca. De allí era mi abuelo y mi familia toda, y sigo volviendo allí. Para mí es un sitio de referencia, como cualquier sitio donde naces y te crías. 

Entonces, en Castro, ¿cuál es tu origen familiar?

-Pues yo vengo siendo el nieto del médico (carcajada cáustica). Allí había un médico que era mi abuelo, José Luis Arias García. Había venido de Rodeiro a casar con mi abuela, la hija del farmacéutico. La familia de mi abuelo tenía mucha relación con la “jet set” pontevedresa (rompe a reír), entre ellos Perfecto Feijóo, farmacéutico y gaitero de Pontevedra, que fue quien le metió el vicio de la gaita a mi abuelo. Cuando yo era pequeño, él ya no tocaba, tenía la gaita colgada en el salón de la casa. En una ocasión, tendría yo diez años, el abuelo andaba enredando en la gaita, cambiándole las boquillas... Le pregunté que era aquello y me dijo: es una gaita. Pues yo quiero tocarla, le repliqué (suelta una carcajada con guasa). Y ahí empezó el asunto...

Pero antes de que empezara el asunto, ¿qué tocaste primero, el heno o los bichos del campo?

-Lo primero que toqué fueron los bichos (carcajada pícara). Porque yo siempre fui, además de gaitero, biólogo de mucha vocación. Los bichos y las plantas fueron algo que siempre me llamó la atención. Tanto, que los torturaba para estudiarlos, como hacíamos en las aldeas de aquella, de niño, eh! (ríe). De hecho acabé trabajando en un laboratorio, los microscopios eran algo que me fascinaba (risotada). 

Y durante y después del inicio del asunto, ¿cuáles son tus raíces musicales?

 

Pablo Carpintero con el gaitero Desiderio Sampaio da Pontenova, en LUAR-TVG.

-Primero, mi abuelo. Segunda, mi madre: ella fue quien me enseñó a tocar la gaita, sin saber tocarla, porque cantaba, como casi todas las madres cuando yo era rapaz. De hecho, la mayor parte de los gaiteros de este país, de aquellas, no querían que sus hijos siguieran el oficio, quienes lo instruían eran las madres. Ellas explicaban como se tocaba, enseñando las piezas que cantaban, para que se aprendieran de oído. Mi madre me decía: esto va mal de ritmo, tienes que hacer de otra manera... Después, ya de mayor, tuve un montón de maestros, pero los que quizás más me marcaron fueron los gaiteros: José Marentes, de Santa Xuliá,  Darío Díaz, de Paíme, Serxio, de A Veiga de Logares, Os Tres da Fonsagrada, Manuel Viqueira, de Ordes, Desiderio Sampaio, de A Pontenova, Manuel Lago, de Carelle, Andrés, de Vilamaior, Paco, de Escornabois, o Juan Ferreiro, de Laroá. Todos ellos, entre muchos otros, son o fueron grandes amigos y son mi memoria. Porque yo nunca toqué con partituras, siempre toqué la gaita de oído y sigo tocando. Aprendí a leer partituras a los cuarenta años. No me gusta depender de ellas, prefiero desarrollar la memoria (carcajada jocosa).

Entonces, lo de hacer biología de mayor, fue porque querías acabar de tocar los bichos que no palpaste de chico.

-Pues no. Lo de la biología creo que venía en los genes. Mi padre es matemático, pero siempre le gustó muchísimo la biología y a mi abuelo médico también. Estas cosas vienen con uno, yo soy de esa idea.

Y eso de construir instrumentos y sacarle música a la cáscara de los árboles y a las plantas, también venía contigo, ¿o te lo enseñó alguien?

 

 

-Pues a mí siempre me gustó mucho construir. De niño, iba primero a la carpintería junto al Camilo que para casa, siempre tenían que ir a buscarme allí... Mi abuelo le decía a mi padre que me llevara donde el zapatero para aprender a hacer zapatos..., y también al director de la banda para aprender música..., parece que mi abuelo ya me tenía calado. Pero lo de construir instrumentos me lo enseñaron las gentes que fui visitando por las aldeas.

De ahí a desarrollar un método matemático para descubrirle la edad a las gaitas, ¿eso es una indiscreción de gaitero atrevido o tiene base científica?

-Es puro espíritu matemático, yo también tengo de eso. Ya te conté que soy hijo, hermano y amigo de matemáticos. Me gustan mucho las mates, ayudan a resolver problemas muy complejos y permiten llegar a cosas tan bonitas y sorprendentes como averiguar cuántos años fue tocada una gaita por los desgastes que tiene.

Pero, a ver, eres licenciado y doctor, diplomado, músico, investigador, luthier, maestro, directivo y miembro de un manojo de asociaciones y colectivos musicales, al final, entonces, enloqueciste de más, ¿o es que de la música solo no se puede vivir en Galicia?

-Hombre, a ver, mentiría si dijera que vivir de la música es fácil, ¡eh! Pero tampoco es fácil vivir de la biología, que se lo digan a tant@s biólog@s que se tuvieron que marchar de este país. Yo mismo tuve que abandonar. En la mayor parte de los ámbitos tienes que hacer cola para llegar a tener una plaza. Te lo venden cómo una meritocracia, pero es una cuestión más de nepotismo que otra cosa. Es como todo… De todo se puede vivir se tienes pasión y si haces bien tu trabajo, nada más. Yo, por todo a lo que me dedico, tengo pasión. No sé si lo hago bien, pero pasión tengo (carcajada). 

Y para darlo hecho todo, y bien, ¿no será que tienes quien te lleve el ritmo y el compás?

-Eso por descontado. Siempre que me preguntan porque dejé la biología por la música, respondo que es mérito exclusivo de mi mujer. Ella vio que en la universidad aún me faltaban años para tener un contrato decente, y me dijo: dedícate a esto, hombre, seguro que te va bien. Yo, por mi cuenta, nunca me habría atrevido. Además, la Rosa me acompañó en el trabajo de campo desde que era muy joven. La conocí con 16 años, desde aquella fuimos por el mundo entrevistando gente y grabando y sigue tocando conmigo. No creo poder ser separable de ella. O sea, formamos una unidad.

¿Os juntó una gaita, un baile o un cantar?

 

 

-Una gaita (Carcajada amplia y pícara). Conocí a Rosa en Cantigas e Agarimos. Cuando estaba haciendo la carrera en Santiago, allá por el año 1987. Un día, Rubén, amigo mío también gaitero, me propuso ir a tocar a la calle para sacar pasta. Yo no quería, porque me daba vergüenza y pensaba que ofendería a mi padre. Al fin me convenció. Fuimos a tocar la gaita a la calle y en un par de horas juntamos, 25.000 pesetas de la época, unos 150€ al cambio de hoy: una barbaridad. La décima parte de lo que ganaba mi padre en todo el mes como catedrático en la Universidad. Satisfecho, repetí muchas veces el asunto y, otro día que estaba tocando con un amigo gaitero, Ramón Failde, nos vio tocar Eduardo Sisto, un panderetero de Cantigas y Agarimos y nos propuso ir a tocar con ellos. Total, que allá nos fuimos, nos enganchamos, conocí a Rosa y hasta hoy (ríe con ganas).

Y después de 30 años caminando el noroeste español y el norte de Portugal junto a ella -al rescate de cánticos, músicas y bailes- todavía os da para seguir tocando juntos, ¿o ya os picáis más que tocáis?

 

 

-¡Nooo!... ¡Hombre!, picar siempre hay que picarse, ¿sino qué? (risas). Pero nosotros cantamos muy bien a dúo, ¡eh! Como pareja pasamos muchísimas dificultades, pero esas mismas dificultades nos ayudaron a formar una estructura muy fuerte como familia. Estamos muy orgullosos de cómo llevamos la vida. Habrá gente que necesite más aire o más espacio, pero yo no me hago sin ella y la extraño cuando no está.

¿Qué pieza popular crees tú que definiría la personalidad de Rosa?

-Pues mira, te voy a decir una cosa: Rosa no es nada folclórica (carcajada con retintín). Es una cosa sorprendente, pero es así. La pasión de Rosa es leer. Hace música porque a lo largo de su vida estuvo en los grupos, es una bailadora extraordinaria, toca de maravilla, es una percusionista fenomenal, pero no es nada folclórica... Una pieza que definiera a la Rosa…, tendría que ser algo muy potente... Si lo pienso bien... el aturuxo! -ijujú- (carcajada satisfecha). Rosa és una gran aturuxadora, de lo mejor que he visto en este país (jejeje!). En los conciertos en que Rosa aturuxa, la gente luego se ríe de mí (jeje!), no tengo la potencia de ella. Solo echa un aturuxo por concierto, pero cuando lo echa, la gente se desternilla, claro. Y luego siempre hay quien te dice: ¡Ja, ja! ¡Ahí sí que se vio quien manda! (risas).

¿Y qué pieza crees, según Rosa, que determinaría tu ser?

-(Risa). Hombre, pues conociéndome como me conoce, un tema de esos de Pontevedra, de los de antes, seguro (carcajada). Ella igual diría que la Alborada de Manuel Villanueva de Poio.

Decía Castelao, hace justo cien años, que cada viejo que muere es una biblioteca que se pierde. Os dio tiempo a rescatar muchas letras, músicas y bailes, ¿o ya llegasteis algo tarde?

-Mira, nunca es tarde. Eso pensaba Castro SamPedro a finales del siglo XIX, que todo se estaba acabando. Y sin embargo, 80 años después, pudimos grabar 900 horas de música, canto y baile. Yo mismo soy un gaitero tradicional, aprendí con los viejos, y formo parte de una cadena de transmisión. En las casas sigue habiendo gente que canta, que toca, que baila... Es como una especie de retrónica de nosotros: siempre vale la pena ir al campo a recuperar cosas, siempre.

¿Y que hicisteis, tú y Rosa con ese patrimonio inmaterial “familiar”?

-Pues, más de 300 horas las donamos al Consello da Cultura Galega y, recientemente, cedimos las 900 al Museo do Pobo Galego. En el archivo del patrimonio inmaterial -APOI- está todo digitalizado a disposición del público. También compartimos el material clasificado desde nuestro portal web. Entendemos que lo que grabas no es tuyo, es del pueblo. Además, cuando la gente nos preguntaba para que era esto, le decíamos: para que no se pierda (risas). Entonces hay que cumplir lo que se promete.

¿Cuánto cambió Galicia musicalmente en 53 años, desde que tú naciste?

-Pues, eh... Creo que cambió bastante. Cuando empecé a tocar la gaita, mi abuela le decía a mi abuelo: ¿cómo le dejas tocar la gaita al niño?... Hoy nuestra música está mucho más valorizada. Hay muchísima más gente que toca, que canta, muchísimos más grupos. Salimos de un impasse histórico muy complicado, que duró hasta los años sesenta del siglo XX, y salimos airosos. Somos una cultura musical con una riqueza y un desarrollo en el país que es alucinante. Aquí dentro, a lo mejor no nos damos cuenta, pero si hablas con gente de fuera, somos un referente a ese nivel. No hay comparación con cuando nací.

Teniendo en cuenta eso, ¿hay algún tema en tu amplio que no dejarás de tocar jamás?

-Sí. Cualquiera de las piezas del repertorio antiguo de Pontevedra o de A Fonsagrada, principalmente de José Marentes. Porque cuando tocas la música que compartieron contigo, estás recordando el ser de la persona, su habla, su cariño, su casa, las vivencias de su amistad... Así pues, las piezas de Pontevedra representan a mi abuelo, y las de A Fonsagrada a quién me enseñó. 

¿Y cuál fue el auditorio más entregado que recuerdas?

 

 

-No sé... A mí de las cosas que más me gustan es ir a los colegios y a los institutos, y a Rosa también. Creo que el público más entregado es la gente que queda sorprendida, y, la mayor capacidad de sorpresa está siempre en las niñas y los niños. El público más difícil y el mejor, al mismo tiempo, es el público infantil.

¿Eres seguidor de alguien en la música actual?

-Sí, claro. En Galicia hay muchísima gente que me gusta, Xabier Díaz, por ejemplo, por la vuelta que le dio a la pandereta y al canto. Me agrada Luís Caruncho, de mis gaiteros favoritos, y como grupo Os Melidaos. Pero me complace escuchar de todo: el rock. De hecho tengo un grupo de rock con unos amigos (risas). También la música clásica occidental…, y la clásica hindú me fascina. La música étnica... En fin, la música me parece la cosa más fenomenal que inventaron los humanos (carcajada pletórica).    

Vayamos ahora a la perspectiva vital, ¿qué es lo que te hace levantar a ti cada mañana?

-(Inmediato, sin pensar). A mí me gusta trabajar. Es lo que me gusta. Me gusta trabajar en estas cosas. Me gusta construir. Sí.

¿Qué te parece, luego, este proyecto de Abiertas de Par en Par en el que trabajaste, para contribuir a llevar la música y la palabra al rural gallego?

-Me parece una idea muy buena. Llevar la música nuestra a las casas de turismo rural es estupendo, porque en las casas es donde siempre se hizo la música. La música más cotidiana, los atardeceres, las ruadas, eso se hacía en los hogares, en los pajares, en los molinos, en los hornos... Las casas de turismo rural que tenemos en Galicia, de alguna manera, representan el alma donde habitan los gallegos. Esas construcciones tradicionales que tienen la mayoría de ellas, son encantadoras. Al entrar en esas casas, sobre todo en las más antiguas, lo primero que hicimos Rosa y yo fue exclamar: ¡cuántas fiestas se habrán hecho aquí!

Óscar Fernández e Manu Fraguela, Soledad Felloza, Fernando Barroso, Sofía Espiñeira, Dúo ConcertArt, German Díaz, Mercedes Prieto e Sergio Cobos, Charo Pita e Manuel Vilas, conoces a esta gente colega de reparto en esta I Edición de Recitales al Atardecer?

-Sí, sí. Conozco a muchos de ellos. Algunos también de forma personal.

Por causalidad, ¿sois huéspedes habituales del turismo rural gallego?

-Sí que lo somos, sí, tanto en Galicia como fuera de ella.

¿Y qué fue lo que más valorasteis de las casas de turismo rural gallegas?

-La atmósfera, sin duda, porque se respira algo particular. Esa sensación de estar en un sitio con historia. Tienen como una energía especial.

Entonces, fuera de esas casas, en un mundo tan caótico como el actual, ¿para qué puede servir la cultura inmaterial?

 

 

-¡Uf!... (Risa harta). ¡Madre mía! ¡Vaya pregunta! El asunto es que sin esa cultura estamos perdidos, porque, todo lo que hacemos, en realidad, sale de la cultura inmaterial. La gente no sé se tiene consciencia de eso, pero, la cultura material es fruto de la inmaterial. El conocimiento de tiempos pasados es importantísimo no olvidarlo, porque en alguno momento puede precisarse, en todos los ámbitos. El conocimiento almacenado durante miles de años es súper importante. Los humanos no podemos perder nuestra tradición nunca. El que piense que sí, que las cosas hay que dejarlas atrás, es un completo ignorante. Es lo que creo yo, vamos.

¡Que así sea, Pablo!

¡Muchas gracias por compartir tus sentires con nosotros!