Prácticamente destruido en la Revuelta Irmandiña y reconstruido en el siglo XV, fue perdiendo paulatinamente importancia hasta su total abandono a principios del siglo XX. El primer alcalde pedáneo de Vilasobroso, la aldea en la que se ubica el castillo, compró sus ruinas en 1923 y gastó toda su fortuna en reconstruirlo, aunque no por completo. Los vecinos de la zona, de forma totalmente altruista y sin ninguna ayuda estatal, colaboraron en la restauración, que culminó en 1967. Hoy alberga un pequeño museo etnográfico.