FEGATUR. ENTREVISTA A IRINA GRUIA E ILDIKÓ OLTAI

25 Noviembre 2022

 “NUESTRO PÚBLICO MÁS ENTREGADO FUE EL DE ABIERTAS DE PAR EN PAR”

 

Ildikó Oltai, izquierda. Irina Gruia, derecha.

 

El Dúo ConcertArt, son dos lúdicos violines virtuosos, uno rumano y el otro húngaro, con dos graciosas voces, a veces empastadas, otras cómplices, de dos mujeres que se complementan tanto, que no tienen tiempo ni de discutir entre ellas: Irina, de significado -mujer que trae la paz-, busca la rebeldía e Ildikó -pronúnciese Íldiko-, mujer guerrera, es una luchadora por la paz.

Ildikó Oltai e Irina Gruia nacen, con una escasa década de diferencia entre ellas, en Budapest y Brasov, ciudades de dos países que compartían fronteras y regímenes comunistas con las particularidades de cada casa: en Hungría, Budapest era el París del este, y Rumanía toda era más soviética que la propia URSS. Las dos artistas nacieron en hogares melómanos, ambas educadas en escuelas musicales con mucha disciplina, la magiar en el método Koldáy, y la dacia siguiendo el modelo competitivo ruso.

Sus vidas, tanto personales como profesionales, están llenas de coincidencias: empezaron a estudiar violín a los cinco años, Ildikó porque en su casa no había piano, que era lo que le gustaba, e Irina porque el piano ya lo tocaba su hermana. En su temprana juventud, Irina rompió sus raíces para aprovechar una beca de estudios superiores de violín y de música de cámara en Estados Unidos. Ildikó, en el corazón de su mocedad, fue a probar fortuna a Galicia. Ambas se encuentran, años después, en la orquesta Real Filharmonía, con sede en Santiago de Compostela. Ninguna de las dos piensa en regresar definitivamente a sus países de origen, entre otras cosas, porque aquí han encontrado el amor.

Ni a Irina le bastaba con haberse graduado en 2002 en la especialidad de violín por el Conservatorio Hartt en EEUU, donde estudió con Philip Setzer e Eugene Drucker, violinistas del famoso Emerson String Quartet, ni a Ildikó le era suficiente con Graduarse en 1995 como Profesora de Teoría de la Música y Directora de Coro en Budapest. Además de haber actuado ante miles de audiencias y de educar a futuros intérpretes con su especial pedagogía, lo que las realiza es diversificar su trabajo, crear y desarrollar sus ideas. Por ello, partiendo de un interés común por la música, han creado un proyecto propio y diverso junto a otr@s compañer@s, donde confluyen artistas de Rumanía, Hungría, Alemania, León y Galicia: Ensemble ConcertArt, para difundir la música de cámara de todos los tiempos y divulgar el repertorio de compositores tanto históricos como contemporáneos, a través de diversos formatos y conceptos.

Desde la Federación Galega de Turismo Rural, conversamos con Irina e Ildikó, veteranas maestras violinistas, creadoras musicales, docentes, artistas que, a pesar de haber tocado ante los más críticos públicos, en los más prestigiosos auditorios del mundo, sin embargo, reconocen, emocionadas, que su público más entregado fue el de Abiertas de Par en Par. Queremos saber un poquito más de estas intérpretes para quienes, toda una vida de sacrificio y sufrimiento entregada a la música, se ve compensada cuando, como les sucedió en Abiertas de Par en Par, la gente interiorizó su música, la sintió y, además, tras el concierto se dirigió a ellas para contarles personalmente el porqué.

Irina, tu nombre significa, “mujer que trae la paz”, ¿sientes que el nombre te pertenece, o te lo pusieron porque sí?

-Creo que me lo pusieron porque sí; y como a mí me gusta hacer justo lo contrario de lo que se me manda, (carcajada pícara)… yo traigo paz y alegría, pero también un poco de guerra. Soy muy rebelde.

Ildikó, el tuyo equivale a “mujer guerrera, luchadora”, ¿también te lo pusieron o te pertenece?

-Tampoco me pertenece, (carcajada convencida)… Guerrera, guerrera, no soy. Luchadora sí, pero por la paz.

Entonces vuestros violines, además de amarse, ¿pueden también pelearse?

-Irina: Claro… ¿Y cómo no? (ríe).

-Ildikó: ¡Y tanto!

Como Dúo, ¿sois pareja por conveniencia, o por convicción?

-Ildikó: Por convicción, ¡claramente!

-Irina: (Breve silencio). Vale, sí. Estoy de acuerdo.

Ríen ambas y entre risas, exclaman:

-Ildikó: ¡Empezamos mal!…

-Irina: ¡Comienza la guerra!…

Irina, tu consorte musical, ¿es celosa de tus manos, cuando tocan el violín?

-Ah…, bueno, más bien soy yo la celosa de las suyas, porque ella también sabe tocar el piano (ríen las dos a la vez).

Ildikó, ¿lo eres tú de las de ella?

-(Todavía riendo). Celosa no estoy, pero admiro mucho su técnica y sus habilidades.

Irina preséntame a Ildikó, tal como tú la ves, en dos o tres palabras.

-¿Dos o tres palabras?..., en una: muy divertida. Tanto, que nuestro espectáculo “jugando a dos voces” nació de la palabra diversión.

Ildikó, Irina es…

-Creativa, generosa y rebelde, en el buen sentido (ríe maliciosa Irina); y me atrae muchísimo eso.

Cuando vosotras nacisteis, Brasov y Budapest, ¿ya tocaban el violín?

-Irina: ¡Je, je! Claro. En nuestros países hay una tradición musical muy profunda. En Rumanía, dentro de la propia escuela obligatoria pública, hay muchísimas clases especiales para música, y ahí se fraguan amistades musicales desde los seis años hasta los dieciocho.

-Ildikó: La educación musical en nuestros países es algo natural. Prácticamente todos los  niños aprenden algún instrumento. En mi escuela primaria de Hungría, por ejemplo, mi profesor de música nos decía que cada uno tenía que elegir un instrumento y tocar, por lo menos, unos años. De los 23 que empezamos en su día, 3 somos profesionales, que no es un mal porcentaje.

Y esa tradición musical, ¿viene de la época comunista, de la cultura gitana, o ya estaba en el ADN de vuestros países?

(Silencio de ambas).

-Irina: Eh…, el comunismo, en general en todas las artes y en la música muy en particular, impuso una disciplina que contribuyó a crear intensidad y exclusividad.

-Ildikó: Estoy de acuerdo. Yo, que soy mayor que Irina, así lo he vivido desde bien prematuros años: entrar en fila al cole, la puntualidad… A aquellas edades, la ideología no estaba en nuestras cabezas, pero la disciplina sí estaba presente como algo educacional y lúdico. En las escuelas de nuestros países, todavía hoy, es algo impensable tutear a los profesores como aquí. Además, en Hungría, el éxito de la educación musical viene del método Kodály, del compositor Zoltan Kodály que fundó, en los años sesenta del siglo XX, un sistema de educación musical basado, sobre todo, en el canto. Cantar es súper importante porque es la base de todo tipo de música, aunque sea instrumental. Él insistía en que la educación no empieza de adultos con grandes profesores, ni con grandes solistas, ni con grandes maestros, sino que comienza cantando, desde la guardería. Todo nace desde la infancia con el canto y la danza, así se educan la voz y el cuerpo. El método está tan reconocido que, profesores e instrumentistas de todo el mundo, acuden a Hungría para aprenderlo.

-Irina: En Rumanía, en cambio, se siguió más el sistema musical de la escuela rusa: crear muchísimos solistas e instrumentistas para destacar. Ese era el objetivo. Justo lo contrario que cuenta Ildikó de Hungría.

¿Cuánto canta, pues, Brasov y Budapest en vuestra música?

-Irina (carcajada): Canta en mi sangre y en cualquier cosa que hago. Obviamente, el lugar donde naciste, la educación que tuviste, tu familia y tus raíces, son una parte fundamental de ti misma.

-Ildikó: Efectivamente. Coincido y, como además, las dos somos profesoras y damos clases, mucho de lo que intentamos enseñar a nuestr@s alumn@s viene de nuestras cunas. Luego, cada una añade su propia experiencia, su personalidad, y se adapta a los tiempos: no podemos aplicar la disciplina que a nosotras nos han imbuido, buscamos otras formas para conseguir algo parecido.  

¿Cuáles son vuestros orígenes familiares en Brasov y Budapest?

-Irina: Vengo de una familia muy unida y bastante grande. Mis padres hicieron todo cuanto pudieron por mi educación y la de mi hermana. Mi madre fue la que insistió con la música. Ella había estudiado piano. Mi padre es uno de mis amores y mis abuelos siempre han estado presentes en mi vida y en mi educación; y tengo que mencionar a mis profesores musicales, porque, para un músico, la relación con su profesor particular, se transforma en un vínculo familiar.

-Ildikó: En mi caso mi padre, que ha sido un melómano impresionante sin tener ningún estudio musical, silbaba y cantaba arias de ópera y me humillaba cada día al reconocerlas todas en la radio mejor que yo. Además, fue mi fan número uno durante toda mi educación musical. Mi madre, por su parte, ha sido mi gran apoyo y el poli malo de la película: la que me machacaba siempre para estudiar más. Como Irina, destaco la importancia de conectar con tu profesor. He tenido tres y todas me aportaron muchísimo. De hecho, parte de las clases que imparto hoy en día, son una réplica de lo que he heredado de ellas.   

Eso de tocar uno de los instrumentos más difíciles del mundo, ¿se elige o se impone?

(Ríen jocosas las dos, casi a coro).

-Irina: Para mí fue pura coincidencia. Mi hermana mayor recibía clases de piano cuando yo apenas tenía cinco años. En aquella época en Rumanía no existían las niñeras. Entonces, mi madre me mandaba con ella a sus clases. Para no aburrirme atendía y, cuando ella no sabía algo, yo se lo soplaba. A raíz de ello, la profesora recomendó a mi madre que aprovechara mi oído musical. Como mi hermana ya tocaba el piano, sugirió el violín. 

-Ildikó: Lo mío fue diferente. El profesor al que mencioné de la escuela primaria, cuando nos pidió que eligiéramos instrumento, elegí el piano, que adoraba, pero no aceptó porque no teníamos instrumento en casa para practicar. Como yo había otros casos parecidos. Entonces, otra profesora, un tanto bruja, mandó levantar a todos las manos y mirándolas fue diciendo: tú tienes manos para violín, tú también, y tú… De los 23 de la clase, creo que fuimos 15 los que empezamos a tocar el violín (risas cómplices de Irina). No me arrepiento de haber cambiado por el violín, pero mi amor por el piano continúa, aunque no a nivel tan profesional.

-Irina: No, perdona, nivel profesional (ríe).

-Ildikó: Bueno, vale. Nivel profesional, pero no superior (ríe también).

¿Y cuántas horas de estudio os han hecho falta al día para domar al instrumento?

-Irina: Ah…, no sé si podría contar las horas (ríe). Pero te puedo decir que mucho, mucho, mucho tiempo. Además, hubo momentos de sacrificio. Me acuerdo cuando, en mi juventud, mis amistades iban a jugar a la calle y yo quedaba allí en casa, mirándolas a través de la ventana, mientras estudiaba (carcajada resignada). Ser artista implica muchas cosas, además de estudiar un instrumento: leer, cultivarse, viajar, conocer las tradiciones musicales...

-Ildikó: Mi profesora que tenía pinta de bruja, aunque no lo era, nos imponía el tiempo que teníamos que practicar cada día, según el curso y el  año. Mis padres tenían que firmar en una libreta que había practicado de verdad; y no había engaños posibles, porque lo que decía la maestra era sagrado. Pero la música no es solo cuestión de horas sino también de constancia: no existen fines de semana sin practicar, ni festivos, ni veraneo. Cuando iba al pueblo de mi abuela de vacaciones, el violín viajaba conmigo.

-Irina: Sí, sí, sí. Y durante las vacaciones era cuando más tiempo le podías dedicar al instrumento y cuando más aprendías. 

-Ildikó: E ir a todos cuantos conciertos podías, porque no había internet, ni compact disc. Como mucho un tocadiscos, si tenías la suerte de que lo hubiese en casa. Era el hambre de cultura y de escuchar música lo que nos hacía crecer.

-Irina: Un día vino a casa el director de la orquesta de nuestra ciudad -que se implicó muchísimo en vari@s de nosotr@s- y le dijo a mi madre que yo debería estudiar media hora de escalas y técnica de violín, nada más despertarme, antes de desayunar e ir al cole. Fue un año de calvario, especialmente para mi hermana, que quería dormir un poco más (ríe nostálgica), pero me ayudó mucho a aprender que, si de verdad quieres hacer algo, tienes que disciplinarte y sacrificarte.   

Con todo ese tiempo invertido tocando, ¿os ha quedado hueco para el resto de la vida?

-Irina: Ah…, que te voy a contar (riendo). Yo encuentro hueco donde no lo hay (más risas). Sí, como no. Además, mis mejores amig@s siguen siendo l@s de aquella época de mi vida; y en mi caso, tod@s éramos músicos, entonces, vivíamos junt@s las mismas experiencias.

-Ildiko: Sí. Fue un poco así. Volvemos a lo mismo: en una vida disciplinada, realmente hay tiempo para todo. Todo, tal vez, más limitado, pero muy bien aprovechado.

¿Qué va primero en la música, el virtuosismo o la emoción?

(Silencio).

-Irina: No utilizaría la palabra virtuosismo, porque la emoción sin la técnica no puede ir y la técnica sin la emoción no tiene sentido. Uno tiene que aprender a dominar el instrumento y el mundo de la música de la mejor manera posible; y luego, cada uno aporta su sonido, su experiencia y su personalidad.

-Ildikó: Estoy de acuerdo. A mis alumnos les comparo tocar un instrumento con ser actor o actriz. Cuando reciben un papel, leen, viven e intentan imaginarse de que se trata. Pero lo primero que tienen que aprender es el texto, en nuestro caso es la técnica. Después debemos añadir la emoción, la expresividad, la calidad del sonido. Aunque, hasta cierto punto, esto debe estar calculado, porque eso se llama interpretar, y quien tiene que vivir la emoción es el público.

¿Y qué es lo que más os emociona de la música a la hora de interpretar?

 

 

 (Silencio largo de ambas).

-Ildikó: ¡Buf!, difícil…

-Irina: A mí me emociona mucho la fase de aprendizaje de una obra nueva.

-Ildikó: Sí. Lo mismo. Porque cuando descubres una obra nueva que, por alguna razón, te llama o te gusta, lo que te propones es transmitir esa misma sensación que has sentido. Si conseguimos expresar esa sensación es algo sublime y si, además, logramos que alguien del público sienta eso mismo, entonces ya no te puedo ni contar…

¿Por qué habéis escogido la música clásica para realizaros profesionalmente?

-Irina: Has tocado mi fibra. (Carcajada plena). Yo empecé con cinco años. A esa edad haces lo que te dice mamá y papá. Sin embargo, desde muy chica siempre me gustó ir un poco a contracorriente. Eligieron por mí el violín, me gustó, pero llevo ya unos años descubriendo otras facetas de mi vena artística. Aparte de la música clásica, me gusta muchísimo la música popular, la folk, intentar adaptar al violín la música que les va a los jóvenes de ahora.

-Ildikó: ¿Por qué música clásica? Porque siempre me ha gustado. Nunca me he planteado hacer otro tipo de música. Tengo dos hermanos mayores que me llevaban a conciertos de música folk en Hungría, incluso a clubes donde se bailaba folk. Aprendí a bailarlo y siempre me ha gustado, pero la música clásica también abarca un poquito eso. Hay muchas obras clásicas que se basan en la música folk. También hice licenciatura de coro y un poquito de jazz. Sin embargo, la música clásica no te limita, al contrario, lo abarca todo.     

Decidnos una pieza musical de un compositor que os defina personalmente.

-Irina: ¡Oh!...

-Ildikó: Es que… (Pausas largas de las dos).

-Irina: No se me viene a la cabeza ninguna obra musical que me defina, pero sí la que determina mi vida profesional: una obra que nunca toqué, el triple concierto de Beethoven para violín, piano y chelo. Ya de muy joven había una parte que me chiflaba y, como de aquella solo había vinilos, acabé rayando el disco de tanto que ponía la aguja en aquel fragmento. Lo escribí, me lo aprendí de memoria y me dije: esto es lo que quiero hacer.   

-Ildikó: Tampoco sé si hay una que me defina, pero el Réquiem de Verdi me marcó definitivamente. Lo interpreté por primera vez con quince años en la escuela donde estudiaba, un par de años más tarde lo canté en coro, lo he tocado muchas veces en orquesta y siempre digo que no quiero morirme sin  tocarlo, por lo menos, una penúltima vez. Me parece una obra impresionante y aunque Verdi no es mi compositor favorito, esta obra es lo más.

¿Por qué decidisteis en su día salir de Brasov y Budapest?

-Irina: Antes de venir a España, fui a estudiar el conservatorio superior a Estados Unidos, aprovechando una beca que se me ofrecía allí. Aunque tenía plaza en el conservatorio superior de Bucarest, decidí, con el apoyo de mis padres, viajar y vivir aquella experiencia educativa al otro lado del Atlántico, porque intuí que así mi futuro musical tendría más puertas abiertas; y así fue, acabé tocando en la Orquesta Real Filharmonía de Galicia.

Ildikó: Estaba terminando el conservatorio superior cuando me enteré que hacían una prueba en Budapest para la orquesta Real Filharmonía en Santiago. Me presenté y fui admitida. Como me faltaba un año para concluir el superior, mi idea era estar en Galicia dos o tres años -las condiciones económicas eran bastante mejores que las de Hungría-, ahorrar y regresar. Pero, se cruzó en mi camino un gallego y me ató aquí, con consentimiento, claro (ríe).

Irina: (Risa pícara, antes de terminar Ildikó). En mi caso, no sabía muy bien porqué seguir aquí hasta que también me encontré, hace tres años, con el amor de mi vida.

(Carcajadas sonoras y cómplices).

Y desde que estáis en Galicia, ¿tenéis morriña de vuestra tierra?

 

 

-Irina: ¡Ah…! Sí y no. Rompí raíces con 18 años, momento duro y traumático cuando crucé el Atlántico… En mi mente siempre he vivido con una maleta debajo de la cama, desde muy niña. Pero sí que hay morriña, aunque me cueste reconocerlo (Risa amplia). Intento minimizarla conversando con la familia, con los amigos, viajando a Rumanía siempre que puedo y, si no, visitando las tiendas de comida rumana que encuentro (Carcajada).

-Ildikó: Morriña, creo que no siento. Más bien tengo nostalgia puntual de algunas cosas. En Hungría están mis raíces y me llena de orgullo saber de mi país, pero no tengo intención de volver, porque ahora mis raíces están trasplantadas en Galicia. Además, aquí también aporto mis cosas, porque todo el mundo enriquece el país a donde va.

¿Está la orquesta Real Filharmonía, donde trabajáis, a la altura de sus homológas en el resto de Europa?

-Irina: ¡Ah…! (Pausa). No me gusta clasificar a las orquestas. Pero, desde luego, el nivel profesional de la Real Filharmonía está, sin lugar a dudas, entre los mejores de Europa.

-Ildikó: También lo creo. La gran ventaja que tiene esta orquesta es que está compuesta por tantas culturas de tan diversos países, que se enriquece enormemente. 

¿Y hay nivel educativo para estudiar música de cámara en Galicia?

-Irina: La gente que se va a estudiar fuera, no lo hace porque aquí no haya nivel, sino porque quiere abrir más sus alas.

Ildikó: ¡Uf! No sé si mojarme… Coincido con Irina, pero me gustaría añadir que la gran diferencia que veo en la formación de vientos y cuerdas en Galicia -y podría decir que a nivel general también en España- es que, tal vez, falta tradición de tocar en orquestas desde las más tempranas edades y eso en la educación se nota. Son necesarias muchas más orquestas de cámara infantiles y juveniles. En mi escuela de música en Hungría, por ejemplo, desde los ocho años tocábamos en lo que se llamaba orquesta de grillos, a los primeros dos o tres años de instrumento. Luego pasabas a la orquesta de grado medio, luego a la superior y finalmente a la profesional, siempre como alumno todavía. Este tipo de formación es imprescindible y aquí eso no ha existido. Comienza ahora en alguna escuela de Galicia.

Como Dúo ConcertArt, ¿cuál fue el auditorio más entregado que recordáis?

-Irina: (Ríe). El último concierto que hicimos en Abiertas de Par en Par. Eso fue magia con el público de la casa de turismo rural. Tan íntimo. Tan cercano y cálido.

Ildikó: Cierto. De verdad que estábamos abrumadas con la reacción el público. Es que no sabíamos cómo corresponder.

Irina: Hubo tantas y tan diversas reacciones: unos lloraban, otros reaccionaban perplejos de emoción...

Ildikó: Sí. Con tanta sinceridad y tanto corazón que los aplausos no tenían fin. Además, después la gente venía a decirnos porqué les había gustado tanto contándonos sus historias personales. Fue una hora larga de post-concierto inolvidable y única en nuestras vidas. Todo nuestro sacrificio, todo el sufrimiento y el trabajo ya han valido la pena por conciertos como este. Y no estoy exagerando.

¿Y apreciáis algún tipo de diferencias entre el público gallego y el de vuestros respectivos países?

-Irina: La gran diferencia es la educación musical. En Rumanía el público que va a los conciertos de música clásica tiene formación musical y es muy crítico. El gallego recibe la música clásica de una forma más personal. La interioriza y la siente, más interesado en lo emocional que en juzgar la interpretación técnica de los músicos.

Ildikó: Sí. Es verdad. En Hungría pasa un poco lo mismo.

Después de un cuarto de siglo frotando las cuerdas profesionalmente, ¿ya lo hacéis a ciegas, o todavía os faltan cosas por descubrir del violín?

-Irina: ¡Uf! A mí me faltan, por lo menos, otros dos o tres cuartos de siglo más, (risa), para llegar a tocar como a mí me gustaría.  

-Ildikó: Estoy de acuerdo. Te puedo contar una anécdota de Pau Casals que responde a la pregunta mejor que yo. Cuando con 90 años todavía practicaba, alguien le preguntó que por qué lo hacía a su edad, y él respondió algo así como: practico porque creo que estoy mejorando. (Risas acólitas).

En el proyecto Ensemble ConcertArt están artistas musicales de Rumanía, Hungría, Alemania, León y Galicia, ¿quién lo fundó y qué pretendéis con él?

Ildikó: La cerebro de este proyecto, claramente es Irina.   

-Irina: Antes de la pandemia, se nos había ocurrido la idea de ir al aula de pediatría del hospital clínico de Santiago, a tocarles a los niños para utilizar la música como terapia en su sanación. Fue durante la Pandemia cuando surgió la idea de Ensemble ConcertArt: partiendo de un interés común por la música, intentar difundir la música de cámara de todos los tiempos y divulgar el repertorio de compositores, tanto históricos como contemporáneos, a través de diversos formatos y conceptos.

Entonces, ¿se puede vivir del trabajo en una orquesta de música clásica en Galicia?

Irina: Sí se puede.

-Ildikó: Lo que pasa es que nosotras lo que buscamos con Ensemble ConcerArt es diversificar nuestro trabajo, porque tenemos nuestras ideas, otras inquietudes para crear y desarrollar. La música de cámara es complementaria. 

¿Cómo veis, por tanto, el presente del panorama musical clásico gallego?

-Irina: Galicia tiene muchísima suerte al disponer de un abanico bastante grande de oferta: la Real Filharmonía, la Sinfónica de Galicia, la Orquestra 430 de Vigo o la Orquesta de Cámara Galega. Lo que echo en falta son más posibilidades de tocar en música de cámara. Por eso estamos desarrollando este proyecto de Ensemble ConcertArt, porque necesitamos expresarnos de otras formas.

Ildikó: Sí. En Galicia cada vez emergen más formaciones, justo por esa necesidad de poder hacerlo, y como en nuestras orquestas no hay plazas, hay muchos jóvenes que han terminado las carreras y están buscando su oportunidad, por eso surgen otras alternativas.

¿Y qué otras músicas escucháis, además de la clásica?

 

 

-Irina: Me gusta el jazz y recurro mucho a la música de mi juventud: Queen, George Michael.

-Ildikó: Clásica no escucho, porque si no sigo enganchada. Para desconectar prefiero el pop de buena calidad: Alicia Keys… Y como tengo un hijo de 20 años, pues compartimos cosas como Imagine Dragons, que me encanta. 

Tratemos ahora el aspecto vital, ¿qué es lo que os hace levantar a vosotras dos cada mañana?

-Irina: En primer lugar, tengo dos hijos que debo cuidar (risa). Luego tengo un marido, que también me gusta atender (ríe) y despertar; y tengo una perra a la que hay que sacar a hacer sus necesidades por la mañana (carcajada).

-Ildikó: (Ríe también). Vaya. Me ha robado el chiste Irina. No... A ver, somos personas normales con sus rutinas, como todo el mundo.

¿Qué os parece este humilde proyecto que pretende llevar la música y la palabra a personas comunes en el rural gallego?

-Ambas: ¡Extraordinario!

-Irina: Para mí fue un descubrimiento, tanto los lugares y los anfitriones de las casas como el público que vino a escucharnos.

¿Es la población rural un público receptivo a la música clásica?

-Irina: Fantástico. Fantástico. A veces, muchísimo mejor incluso que el público que está educado en la música, porque no viene con prejuicios ni con la necesidad de analizarlo todo. Viene para escuchar, aprender cosas nuevas y disfrutar.

-Ildikó: Concuerdo y añado que, en estos conciertos realizados en el medio rural, comprobamos que allí la música no es elitista. Como la hemos puesto en escena de un modo lúdico y divertido, eso creó cercanía y nadie sintió la necesidad de ser un entendido.

Por casualidad, ¿sois huéspedes habituales del turismo rural gallego?

-Ildikó: Yo no he tenido ocasión todavía, pero por falta de tiempo. Me encantaría. Le dije a mi marido que al primer hueco iremos, porque son espacios preciosos, muy especiales.

-Irina: También le he propuesto a mi marido una escapada. Aunque, mientras no llegue ese momento, al menos, se han cruzado en nuestras vidas profesionales estos lugares maravillosos.

¿Qué es lo que más llamó vuestra atención cuando llegasteis a las casas de turismo rural?

-Ildikó: Que son realmente casas, no hoteles. El trato personal, la cercanía, fue como ir a casa de un pariente muy cercano.

-Irina: Sí. Lo familiar del trato y, además de las casas, los entornos y los paisajes contemplados desde las viviendas. ¡Ya me gustaría a mí tener esas vistas desde la mía! (carcajada de ambas).

Óscar Fernández y Manu Fraguela, Soledad Felloza, Pablo Carpintero y Rosa Sánchez, Sofía Espiñeira, Germán Díaz, Fernando Barroso, Mercedes Prieto y Sergio Cobos, Charo Pita y Manuel Vilas, conocéis a esta gente, colega de reparto, en esta I Edición de Recitales al Atardecer por las casas de turismo rural de Galicia?

-Irina: Aparte de a Soledad Felloza, que también está en el proyecto Esemble ConcertArt, no he tenido esa suerte.

-Ildikó: Ya me hubiera gustado, pero tampoco he tenido la ocasión.

Las dos impartís clases de música a niños, adolescentes y adultos, ¿qué papel creéis que debiera tener la música en nuestro sistema educativo para que al mundo le fuera mejor?

-Irina: (Risa breve). Para responder bien a esta pregunta, tendríamos que hacer otra entrevista aparte. En general, en el mundo, no solo en Galicia y en España, la música y las artes están perdiendo su importancia en la educación.

-Ildikó: Sí. Por ello es imprescindible invertir muchos más recursos económicos en el sistema educativo -escuelas, institutos, conservatorios-, para desarrollar la música y las artes al nivel que merecen y necesitan l@s alumn@s, para que al mundo le fuera mejor.

La educación musical es fundamental. Aparte de la cultura, la disciplina musical es uno de los pilares más importantes de la vida adulta. Deberíamos educar en la paciencia y el sacrificio, formar para el presente y el futuro, huir de la tiranía de los resultados inmediatos de hoy en día.

-Irina: Y si los pedagogos musicales conseguimos transmitir la paciencia y el sacrificio, de una forma lúdica y entretenida, lograremos llegar a los jóvenes -el futuro del mundo-, que lo que buscan, sobre todo, es sentirse bien.

¡Que así sea, Irina e Ildikó!

¡Muchas gracias por compartir vuestros sentires con nosotros!